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Para sobrevivir hay que gobernar

La entrada de Sergio Massa será interpretada como un intento de salir del impasse que caracterizó a un presidente que sobrevivió sin gobernar o, mejor dicho, que para sobrevivir tuvo que no gobernar.

La entrada de Massa al gabinete marcará un antes y un después.
La entrada de Massa al gabinete marcará un antes y un después. Agencia Telám.
Luis Tonelli 29 julio de 2022

La sola entrada de Sergio Massa será interpretada como un intento de salir del impasse que caracterizó a toda estos años de un presidente que sobrevivió sin gobernar. O mejor dicho, en términos analíticos, que para sobrevivir tuvo que no gobernar.

Precisamente, Soppravivire senza gobernare es un clásico de la ciencia política italiana  escrito por el politólogo Giuseppe Di Palma, en donde describía esta paradoja de ocupar un gobierno sin hacer lo que pareciera que todo gobierno debe hacer: gobernar.

Di Palma daba cuenta de la una situación caracterizada porel conflicto y las crisis de gobierno recurrentes en la Italia de los '70, con un sistema fragmentado de partidos políticos y coaliciones efímeras. Para sobrevivir los primeros ministros italianos no tomaban medidas que pudieran agregar su débil base partidaria. El estallido de la crisis era la que ponía a fin a sus cortos mandatos, y las decisiones duras eran tomadas por tecnócratas. Con la vuelta a una precaria normalidad, volvían los políticos tradicionales al Palazzo Chigi, la residencia del Presidente del Consejo de Ministros.

Desde el inicio, Alberto Fernández careció de una base política propia, pero sin embargo, la heterogeneidad del peronismo no le dio a su mentora y principal líder en el oficialismo, Cristina Fernández una capacidad de conducción hegemónica. Para conseguir el apoyo, o por lo menos, el silencio de las diferentes fracciones del peronismo, Alberto esquivó siempre que pudo cualquier decisión concreta de gobierno. El discurso del gobierno se caracterizó entonces por ser un verdadero galimatías, donde todos los sectores eran mencionados pero ninguno se sentía representado. Cada uno obtenía algo, pero ninguno lo que pretendía. 

No es de extrañar que las características peculiares de la política argentina tuvieran durante la presidencia de  Fernández una versión corregida y aumentada, una especie de caricatura grotesca de sus deficiencias y problemas. La impotencia generalizada para realizar reformas estructurales bajo la presidencia de Alberto se convirtió en una impotencia para tomar simples medidas de gobierno. La incapacidad para neutralizar demandas importantes de actores poderosos en la presidencia Fernández se tradujo en la incapacidad para neutralizar demandas de cualquier actor político que apareciera en la pantalla plana. 

Cualquier conflicto generó la correspondiente línea presupuestaria. Lo que llamamos Estado se convirtió en una billetera de papelitos de colores denominados pesos con vocación de ser convertidos como fuera en verdes dólares por los que alcanzaban manotear la suficiente cantidad para que algunos le sobraran. 

El denominado conflicto social, derivó en una marcha más o menos ritual hasta el ministerio correspondiente que firmaba el cheque correspondiente. Más parecido a un desfile de Calvin Klein que a la toma de la Bastilla.

En el interín, Alberto incluso se ilusionaba con la reelección (especialmente sobre sus dorados días al principio de la cuarentena que le otorgo la típica popularidad de los mandamases ante el terror de una emergencia). Es que dada su incapacidad y vocación por no construir propio, cada uno del resto de los actores peronista los prefería a cualquier otro de sus competidores. El albertismo cabía cómodamente en un autito Smart, y quedaba lugar hasta para las mascotas.

No es de extrañar que semejante incapacidad para decir qué NO, sumado a la coyuntura de un país paralizado social, económica y políticamente por meses durante a pandemia y la Cuar-Enterna derivara en un déficit fiscal enorme. Por otra parte, el gobierno se convirtió en un productor virtuoso de incertidumbre, con la consiguiente desconfianza que derivó en presión sobre el dólar, y obviamente una inflación rampante, y la negativa del principal contribuyente de dólares a las arcas del Banco Central, el Campo a darle a sus granos una larga temporada en los silobosas. 

Para colmo de males, el hipervicepresidencialismo de CFK apareció, pero no en su caracterización de la vulgata periodística opositora que  lo anatematizaba como un poder irresistible que hacía del Presidente un mero Chirolita, sino como  un antipoder especialmente retórico, emisor de twitter y epístolas a los peronistas conurbanensis, en donde se encargaba de manifestar su descontento ante la deriva del gobierno de Alberto. 

El Presidente quedaba entre la pared del ajuste que le demandaba el “mercado” y la espada filosa de la guardiana ideológica del kirchnerismo que lo acusaba de neoliberal, y de repetir las recetas de Washington. O sea, incertidumbre y más incertidumbre, en un mundo con cada vez más incertidumbre. Esta vez provocada por un amigo de la Vicepresidenta, el Presidente Putin con su invasión a Ucrania.

Precisamente, en la única medida de gobierno concreto, la firma del Acuerdo con el FMI, la negativa del bloque kirchnerista de apoyarlo en el congreso y la renuncia de Máximo Kirchner como jefe de la bancada oficialista , manifestó la vigencia de la cláusula de hierro de la Presidencia Albertista: si gobernaba no se sobrevivía. El acuerdo se convirtió, de ese modo, en una mera tregua económica que duró el tiempo que ya todos constataban que se trataba solo de sugerencias imposibles de cumplir por el que se había comprometido a hacerlo.

Pero claro, se puede sobrevivir sin gobernar hasta que el abismo de la crisis este tan cerca que si no se gobierna no se sobrevive. El comienzo de esta nueva etapa se inició cuando el ministro Guzmán apretó el botón de EJECT que lo deposito de nuevo en el verano neoyorquino, se supone con un pendrive lleno de datos para nutrir la redacción de próximos papes de su autoría. Se puede ser ministro de economía sin tomar decisiones en la Argentina, pero en la academia estadounidense el publish or perish es mandatorio.

Silvina Batakis fue la funcionaria que mejor pudo encontrar Alberto en la ecuación Precio Calidad en un momento que ella ni siquiera podía prometer ni sangre, ni sudor ni lágrimas salvo las propias. Como es tradición en la política argentina, a los que se les ofrecía el cargo le pedían tantas cosas al Presidente que los despedía diciendo que si él tenía lo que le demandaban no hubiera necesitado llamar a un ministro de emergencia.

La Argentina una vez más se dirigía raudamente hacia la única capaz de generar el contexto para tomar las medidas necesarias: la crisis (que obviamente se cobraría su surplus de pobreza y decadencia, por no poder tomar las medidas antes que el infierno se desatara).

Esta vez, sin embargo, no se trataba de un fulminante shock externo negativo el que iba a hacer rotar las aspas del helicóptero sino de principalmente una confrontación interna al peronismo que no dejaba aparecer al piloto de tormentas necesario. En síntesis, Alberto se parecía más a Isabel que a Raúl o Fernando.

Por estás horas, el peronismo parece haber hecho las cuentas que si alguien no le conviene el estallido de una crisis es al oficialismo. Hay que reconocerle a los hijos de Perón que han tenido la fortuna de generar las causas de la crisis y la habilidad para pasarle la papa caliente a la oposición y por eso es la primera vez que enfrentan una situación como esta. 

Claro, falta muchísimo para el recambio. Y quizás, la que le puso pilas nuevas a su calculadora fue la señora vicepresidenta que consideró que con la crisis, no iba a poder saludar compungida a los miembros de la tripulación del Titanic albertista desde el muelle, ya que la succión la arrastraría a ella y a todos sus acólitos que fueran considerados responsables del estallido por la opinión pública, que se sabe “e mobile qual pluma al vento”. Y en el peronismo siempre es preferible la traición, incluso a los proferidos principios, que al llano. apanuí.

El ingreso de Sergio Massa, al que se define antes de su nombramiento efectivo como superministro, es una cucharada amarga para el kirchnerismo. Pero como también es tradición, ya se está produciendo en los laboratorios cocina de La Cámpora las cantidades socialmente necesarias del kriptonita para limarlo. Como la que se le administró a un Presidente, que de todas maneras nunca puso, quiso o pudo colocarse la capa de súper héroe como sí se la ha auto colocado el ambicioso político tigrense.

La historia no es concluyente para confirmar la sentencia maquiaveliana que la Fortuna sonríe a los audaces. Pero Cristina conoció muy de cerca a uno de ellos que pudo sacarse de encima el padrinazgo de su mentor, especialmente porque Néstor manifestó su supremacía sobre Eduardo Duhalde cuando ella venció a Chiche con el apoyo mayoritario del desangelado conurbano bonaerense. De todas maneras, Cristina seguro se ilusiona con eso de que la historia se escribe la primera vez como tragedia y la segunda como farsa. 


 

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