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Desafío

¿Qué hay de nuevo, viejo?

La presidencia de Javier Milei representa una mezcla de elementos novedosos y tradicionales. La realidad es que su gobierno no está exento de las limitaciones institucionales argentinas.

El presidente Javier Milei.
El presidente Javier Milei.
Juan Negri 30 agosto de 2024

Suele enfatizarse el carácter casi revolucionario del proceso político iniciado con la elección de Javier Milei. Desde el periodismo político y el análisis se subraya de qué manera la elección y la consiguiente Presidencia de Milei tiraron abajo las viejas leyes de hierro de la política argentina. Creo que es una posición un poco miope.

Sin dudas su elección tiene componentes novedosos. El hecho de ser un verdadero outsider, de no tener una estructura partidaria en un país que parecía demasiado anclado en identidades partidarias que arrastraban varios fracasos en la gestión pública y el éxito de su candidatura en provincias alejadas del micro-mundo porteño son novedades del escenario político argentino.

Adicionalmente, una vez en la Presidencia, Milei fue exitoso en avanzar su agenda legislativa a pesar de su situación de extrema minoría parlamentaria. El recorte que recibió su proyecto original de ley Bases no debería ocultar que aun así lo aprobado es significativamente ambicioso, en especial para un gobierno tan frágil desde lo legislativo.

Por último, la popularidad de Milei muestra niveles significativamente estables de apoyo. El índice de confianza en el gobierno que hacemos desde la Universidad Torcuato Di Tella muestra que desde su asunción Javier Milei tiene números que, sin llegar a los picos de las presidencias de Mauricio Macri y Alberto Fernández, mantiene niveles más estables que ambos.En relación a esto, no deja de sorprender que este numero se mantenga en esos niveles luego del importante ajuste de la economía. También es notorio que en un país donde ningún dirigente quería hablar de ajuste Milei hoy pueda jactarse de que su gobierno llevó adelante el más grande la historia.

Sin embargo, creo que se está sobreestimando lo novedoso (que sin dudas existe) del proceso iniciado en diciembre pasado. Parafraseando a Mark Twain, tal vez se está exagerando el rumor de la muerte de las viejas leyes de hierro de la (ciencia) política.

Es cierto que Milei gana las elecciones desde fuera de la política, con un partido armado ad hoc. Pero si en la Argentina reciente esto es una novedad, es un consenso académico que el Presidencialismo puede llevar a este resultado, como lo sugieren los casos de Hugo Chávez, o el mismo Juan Perón. Además, Milei se beneficia de la dinámica federal: las provincias tienen autonomía política.

Como la mayoría de ellas decidió separar la fecha de las elecciones a gobernador para despegarse de una elección nacional que se vislumbraba caótica, desprendieron la elección presidencial de las dinámicas locales, facilitando elegir una boleta "exótica". Es cierto entonces que hay un éxito de Milei en el interior profundo, pero es un triunfo con anabólicos institucionales bastante clásicos.

Asimismo, la pesada dinámica burocrática es ajena a las euforias de la política. En otros ámbitos el gobierno puede alardear de que la oposición "no la ve". Pero a la hora de administrar el Estado, las deficiencias de gestión son muy visibles.

Pero más relevante aún para el futuro del gobierno es su situación parlamentaria. Como en el cuento "La carta robada" de Edgar Poe, parece que no reparamos en aquello que esta a la vista. La idea del mandato popular para Milei, del Presidente popular versus la casta, del desprestigio de los partidos políticos tradicionales y la centralidad mediática de la administración ocultó hasta ahora que la de Milei es una Presidencia débil.

El Ejecutivo no posee ni siquiera los números como para resistir una insistencia legislativa a un veto presidencial (como tal vez ocurra finalmente con el veto de Milei al proyecto de movilidad jubilatoria).

Para colmo de males, esto se suma a una posición ideológica bastante alejada del legislador mediano de la cámara, y a deficiencias notorias (aunque algo subsanadas) en sus habilidades políticas de negociación. Todo eso puede resultar en una situación en la que es el Congreso el actor central de la dinámica política, marginando al Presidente.

Todo lo anterior me parece relevante por lo siguiente: ¿Que va a pasar cuando se acabe la magia? Todos los gobiernos tienden a perder popularidad. Cuando eso sucede, los gobiernos se burocratizan: se apoyan más en los resortes institucionales clásicos que en el carisma. Recurren a sus contingentes legislativos, a la disciplina partidaria de sus miembros, a la experiencia de gestión de sus funcionarios para mantener la centralidad, la agenda y la gestión. Pero Milei no posee mucho de eso.

En el primer semestre de 2018, una crisis cambiaria le dio una estocada letal al gobierno de Macri. En ese momento, un gobierno que tenía una botonera política mucho más amplia y que había recibido una dosis de capital político importante con la elección de 2017 entró en una espiral crítica que le terminaría costando la reelección.

En palabras del ingeniero, el gobierno "venía bien" pero "pasaron cosas". Si algo similar le pasara al actual gobierno, ¿tiene el gobierno el herramental institucional y de gestión para sobrevivir? ¿Qué salvavidas institucionales posee? Mi intención no es ser agorero ni estoy pronosticando una debacle.

Tan solo me interesa subrayar que si eso pasara (y genuinamente espero que no), las viejas leyes de la política ocuparan el centro de la escena. Volverán al primer plano los análisis basados en mayorías parlamentarias, anclaje territorial y la importancia de los partidos políticos.

En conclusión, la presidencia de Milei representa una mezcla de elementos novedosos y tradicionales. La realidad es que su gobierno no está exento de las limitaciones institucionales argentinas. A medida que avance su mandato, Milei deberá enfrentarse a las mismas leyes de hierro que han gobernado la política argentina por décadas.

El verdadero desafío será si puede superar estas limitaciones sin los recursos convencionales que otros presidentes han tenido a su disposición.

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