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A seis meses del inicio de su presidencia, surge el interrogante ¿Por qué Javier Milei sostiene su apoyo con indicadores tan negativos?

El presidente Javier Milei.
El presidente Javier Milei.
Lucas Sebastián Raffo 03 junio de 2024

A casi 6 meses de asumir, Javier Milei cuenta con niveles de aprobación que sorprenden a propios y extraños, si ponemos el ojo en el ajuste que su gobierno está llevando a cabo para ordenar las variables macroeconómicas. Las preguntas que circulan en el mundillo son dos: "¿Por qué sostiene su apoyo con indicadores tan negativos"?"¿Hasta cuándo dura el apoyo?" Cuando avanzamos hacia círculos un poco más comprometidos con ambos lados de la grieta, la pregunta viene acompañada de un prejuicio: los que siguen apoyándolo pese a los indicadores de la vida cotidiana, tienen poco de racionales. Hay una esperanza "irracional".

Mi hipótesis es que el apoyo alrededor del presidente tardará bastante en diluirse, porque no responde a los indicadores objetivos sociales, o de la economía, sino en razones mucho más profundas dentro del imaginario colectivo. Algunas ni siquiera son estrictamente "políticas". La segunda hipótesis que encadeno a la primera es que, si la oposición no calibra la mira, la pérdida de apoyo que pueda sufrir Milei no cambiará en absoluto las reglas de juego: el campo seguirá abonado para el surgimiento de otro líder con las características populistas del actual. Este artículo trata de disparar preguntas para pensar desde dónde es posible reecontrarse con la ciudadanía pensando en representar desde otro lugar.

El sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman profundiza en "En Busca de la Política" (1999) acerca del concepto "unsicherheit", un vocablo en alemán que sintetiza tres conceptos en nuestro idioma: inseguridad, incertidumbre, y desprotección. El unsicherheit se hace presente cuando las redes comunitarias y las instituciones que nos proporcionan seguridad, certidumbre y protección comienzan a resquebrajarse. En la modernidad podemos hablar del Estado (y sus instituciones, o aparatos ideológicos, depende de qué lado de la mesa nos queramos sentar). 

En la medida en que los Estados y sus instituciones van perdiendo la capacidad de proporcionar ese sicherheit (por privatización de sus capacidades, por atrofia en su funcionamiento, o simplemente porque la globalización disminuye su capacidad) la tarea se termina individualizando: "no me salva el Estado, yo me salvo a mí mismo". La agenda de las ideas de la libertad no es ideológica, es una respuesta inmune a la precariedad, un relato que alivia las angustias cotidianas que produce la desprotección. Es el abono de época del que se alimentan los liderazgos populistas del momento. 

En nuestro país, tradicionalmente estatista, con un alto consenso sobre que el Estado debe proporcionar educación, salud, bienestar social (en definitiva, sobre que con la democracia se come, se cura y se educa), este clima se acentúa cuando el relato político dominante hasta la pandemia sostenía efectivamente que quien te cuidaba, era el Estado.

Cuando las redes comunitarias que nos contienen empiezan a romperse, la acción colectiva se fragmenta y microsegmenta, y la desconfianza ante la diferencia con el otro aumenta, es más fácil generar enemigos. Lo único que nos puede aglutinar es el enemigo al cual como envase vacío lo rellenamos con la culpabilidad de todo lo malo que nos pasa: señoras y señores con ustedes, la casta.

En ese océano de incertidumbre transita la oposición: el peronismo no solamente ha perdido las elecciones y el gobierno, sino el monopolio de la representación sobre los sectores populares: la figura del "intelectual de Miller" es un desafío directo dentro del territorio de caza electoral peronista-progresista. Tomando como premisa el contexto descrito en los párrafos anteriores, no parece muy eficaz machacar con los indicadores económicos del INDEC para recuperar terreno, y tampoco lamentarse con la supuesta irracionalidad del votante mileista, el cuál suele ser equiparado a un juez que dicta su propia condena. 

El punto de partida debe ser reconocer que el Estado ha fallado en su tarea de fortalecer las estructuras de la contención (sociales, económicas y educativas) a la vez que sostenía un discurso alejadísimo de la realidad. Asumir la debilidad es fundamental para pensar alternativas desde la política: en la medida en que la globalización avance, el Estado no tiene la capacidad (y en la Argentina, tampoco la confianza) para reconstruir por sí mismo las condiciones de ese sicherheit.

Una solución expresada absolutamente desde la duda quizás sea pensar en un concepto de comunidad, que no sea identitario, nacionalista, o anclado en protegerse de otro, sino inclusivo, que parta del reconocimiento de la situación de unsicherheit (inseguridad-incertidumbre-desprotección) que se acentúa en la medida en que las capacidades estatales son desmanteladas, y la esfera de la protección pasa de la comunidad al individuo. En este sentido, la prioridad debería ser reconstruir espacios de comunidad, hoy jaqueados (paradójicamente) por la ausencia del Estado. Una alternativa política que priorice la construcción desde abajo de lazos comunitarios de protección, antes que la denuncia de indicadores económicos abstractos, o una salida vintage desde arriba, con el Estado como ordenador. 

Por lo pronto en contextos de crisis, lo mejor siempre es plantear preguntas de manera abierta que funcionen de disparadores para pensar. Si buscamos respuestas antes de plantear preguntas, estamos sonados. Que se yo, la dejo picando.

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