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La cristinización inexorable

Los apoyos que le quedan al FdT, ese 30% que lo votó en las PASO, es el cristinismo. Sin Cristina, quedaría un Alberto en soledad, sin votos ni popularidad

Cristina Kirchner.
Cristina Kirchner. ARCHIVO
Julio Burdman 28 octubre de 2021

Mejore o no su desempeño en noviembre respecto de septiembre, la derrota del Frente de Todos en las PASO ya se consumó. Quedan algunos interrogantes por delante, como la votación final de la provincia de Buenos Aires o los números finos del Senado y la Cámara de Diputados. Es posible que el FdT revierta el resultado en alguna provincia, y también es posible que Juntos por el Cambio profundice su triunfo en alguna otra. Pero lo más importante ya sucedió: el oficialismo perdió apoyo, el peronismo entró en crisis como consecuencia de ello, y el Gobierno comenzó a rediseñarse. Y Cristina Kirchner ganó centralidad. 

Pese a este cuadro sin medias tintas, hay quienes sostienen que Alberto Fernández tiene opciones a la inexorable cristinización. Persiste la pregunta de si es posible un “albertismo” que se diferencie o insubordine al liderazgo cristinista, apoyándose tal vez en un acuerdo interpartidario. Pregunta que es deudora, a su vez, de la creencia de que un combo de insubordinación y moncloísmo podría dar credibilidad al Gobierno y encauzar la crisis. 

Según esta tesis, el Gobierno estaría dividido en dos: un ala “albertista” más proclive a arreglar con el FMI, acordar con la oposición, aumentar las tarifas y ajustar el Presupuesto, y otra “cristinista” supuestamente contraria a todo lo anterior, y que potencialmente podría albergar secretos proyectos bolivarianos?

Se trata de una tesis errónea. No la parte del debate sobre el rumbo a tomar por parte del Gobierno: esa es correcta. El Gobierno enfrenta diferentes opciones. Lo incorrecto es suponer que hay un sector del FdT que podría gobernar sin la vicepresidenta. 

Los apoyos que le quedan al FdT, ese 30% que lo votó en las PASO, es el cristinismo. Sin Cristina, quedaría un Alberto en soledad, sin votos ni popularidad, incapaz de implementar ninguna política pública. Algún ingenuo podría imaginar que un Presidente sin las manos atadas por su vice y haciendo pleno uso de sus facultades constitucionales, podría gobernar mejor, con el sostén de buenos decretos ejecutivos y resoluciones ministeriales. Pero la historia nos demuestra, contundentemente, que no funciona así. Sin apoyo político y social, un Presidente argentino no tiene Congreso, no puede mover ni un expediente en la Casa Rosada, y la sociedad no se toma en serio nada de él.

Recordemos el 2001. El colapso de Fernando De la Rúa vino tras la ilusión de que un Presidente puede prescindir de los molestos políticos que no le dejan tomar medidas impopulares, y gobernar mejor rodeado de los técnicos más solventes y los amigos más fieles. Lo que en realidad sobrevino fue una pesadilla de ingobernabilidad. El presidente aliancista primero rompió con el Frepaso, luego con Alfonsín, y tal vez pensó que la reputación tecnocrática de Domingo Cavallo podría compensar todo ese vaciamiento político. No salió nada bien: una cosa era Cavallo respaldado por los votos y la popularidad de Menem, y otra fue Cavallo solo. Siempre es mejor un gobierno que la ausencia de uno. Por más perfecto que sea un plan económico, sin un gobierno detrás carece de valor.

Otra enseñanza de 2001 es que la oposición no entra al auxilio de un gobierno aislado. De la Rúa, en su tramo final, convocó al peronismo. Pero recibió una respuesta clara: “nosotros entraremos recién cuando Usted se haya ido”. Si Alberto se queda solo, Rodríguez Larreta no responderá por él.  

Dado que la alternativa a la cristinización no existe, el debate sobre el rumbo del oficialismo es, en realidad, el dilema que enfrenta la propia Cristina Kirchner. Si el gobierno va en una u otra dirección, es porque ella así lo decidió. Sus herramientas para hacerlo van desde sentarse sin más vueltas en el sillón de Rivadavia, hasta designar nuevos funcionarios a cargo de la gestión económica, o respaldar -o no- las medidas por delante. 

Por todo lo anterior, es más interesante seguir de cerca las señales programáticas e ideológicas que envía la vicepresidenta, a especular sobre las supuestas internas en la coalición. Importa saber cuáles son sus ideas acerca de cómo salir de esta crisis. Puede volver la Cristina modelo 2012, o aparecer una Cristina distinta. De eso depende, en buena medida, nuestro futuro inmediato.

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