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Milei, entre la mesa de las negociaciones y el menú

Milei está logrando algo inédito en la lógica política argentina: que gobernadores e intendentes de las provincias paguen los costos por los aumentos de precios y los bajos salarios.

El presidente Javier Milei.
El presidente Javier Milei.
Viviana Isasi y Julio Burdman 30 mayo de 2024

El político en democracia es una síntesis de representación y gobernabilidad. Donde hay que poder ver el árbol y el bosque. Por un lado, tiene la función de representar al pueblo que lo puso en el palacio. Pero también tiene la función de aprobar leyes y administrar la cosa pública, y eso requiere rosca y concesiones que suelen contradecir su contrato con el pueblo. El buen político hace equilibrio entre ambas funciones indispensables. Pero para Javier Milei, en su lucha para nunca convertirse en político, esto es especialmente difícil. En el universo mileísta, representación y gobernabilidad están en cortocircuito.

Una primera muestra de ello fue el primer round de la Ley Bases en la Cámara de Diputados, en febrero pasado. El oficialismo había logrado una amplia aprobación del pliego en general, pero al ver que le rechazaban algunos artículos en la votación en particular decidió, por indicación presidencial, retirar el proyecto. 

¿Cuál fue el argumento de Milei? El 'Principio de Revelación'. Para él, era más importante desnudar a la casta, y mostrarle a sus representados que él estaba luchando sin cuartel contra ella, que aprobar una ley a fuerza de concesiones. Entre la representación y la gobernabilidad, no dudó en elegir la primera.

El juego infravalorado de 'nosotros contra la casta' está detrás de todas las cosas que hace su gobierno.  Lo original de Milei es que esto se juega por abajo, y también por arriba. Por abajo, porque él es David contra Goliath: el nuevo, el distinto, el recién llegado, el que armó un partido a pulmón, el que desde una posición de debilidad se le anima al poder establecido. Y por arriba porque él, que sí la ve, está por encima de todos los demás. 

Ahí conecta con las famosas aspiraciones de grandeza de los argentinos. Quienes se identifican con la osadía rockstar del León, que se presenta como el número 1 indiscutido en todos los planos. Uno de los máximos líderes políticos del mundo, amigo de Elon Musk y los empresarios de Sillicon Valley, que obtiene premios y reconocimientos de todo tipo, porque está en otra liga y es la tapa de los principales medios internacionales. Milei prefiere todo eso a tener una ley.

Ahora se le vuelve a presentar el dilema, y Milei repetiría la jugada de febrero si tuviera la oportunidad. Sin embargo, también necesita instrumentos. Los empresarios y el sistema político que lo evalúa en términos de efectividad y eficacia necesitan ver que la gestión produce resultados. 

¿Por qué traerían los inversores su dinero a un país cuyo gobierno no logra aprobar leyes? ¿Leyes pensadas, precisamente, para desregular la economía y favorecer las condiciones de la inversión? Después de todo, fue el propio Milei quien afirmó que la Ley Bases es la llave de la recuperación económica.  

Por esa misma razón, Milei intenta encontrar su propia síntesis. Sin descuidar ni por un segundo el juego de la representación aspiracional, apuesta a la gobernabilidad con una movida clásica: el relanzamiento de la gestión a través de un cambio de gabinete. Promovió a su colaborador más experimentado, Guillermo Francos, al rol de ministro político oficial, cargándole con la responsabilidad de operar políticamente en su nombre. Es un principio de supervivencia: necesita juntar los pisos del edificio y crear la Pirámide de Maslow. Determinar prioridades y confiar en alguien. No puede él solo con todo.

Y promete más cambios: todo, salvo la mesa chica, entra en revisión. Quizás aprendió que en democracia se equilibra discusión y decisión, negociación y resolución, acuerdo y disenso. Este relanzamiento acelera la crisis del aliado difuso del Presidente, el PRO, que hoy se debate entre la fusión con La Libertad Avanza (Bullrich), el apoyo desde la autonomía (Macri) y la oposición (larretismo). También acelera la competencia por el peronismo bonaerense, que ya dejó de soñar con el final estrepitoso del gobierno libertario y ahora se prepara, reorganización mediante, para enfrentar al mileísmo en las elecciones de 2025. 

Mientras tanto, el juego de la representación aspiracional de Milei se anota otro éxito, cuya cara visible hoy es Misiones. Milei está logrando algo inédito en la lógica política argentina: que gobernadores e intendentes de las provincias paguen los costos por los aumentos de precios y los bajos salarios. 

Históricamente, los argentinos le echaban la culpa al Presidente y a su siempre vilipendiado ministro de Economía cuando las cuentas no cerraban. Pero los misioneros en situación de rebelión no le reclaman a Milei ni a Caputo. Pagan los costos el gobernador y el jefe político local, Carlos Rovira. Ellos gobiernan desde hace 20 años, ellos son la casta que apostó por Massa, ellos son los responsables de que los salarios provinciales no alcancen. No hay explicación en sentido contrario que sirva: el discurso mileísta está ganando, los gobernadores pierden, y eso genera pánico en las provincias vecinas. Sobre todo en aquellas que arrastran largos años de salarios aún más bajos que los misioneros.

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